Josep Piera en la Drova, fotografía de Miguel Lorenzo.
No hay nadie. La Fiesta se ha acabado.
He apagado las luces del jardín. Los grises
de todas las mañanas. Perfumes. La luz y yo sonreímos
de nuestras soledades. No hay nadie.
Hace nada, había mesas dispuestas con viandas
apetitosas, músicos que tañían melodías
de otros tiempos, un trajín de conversaciones,
de cubiertos, de deseos, de criaturas,
de adolescentes embriagados por las penumbras…
Ahora hay sillas caídas, papeles esparcidos,
colillas aplastadas, mesas sucias:
botellas vacías, platos hechos añico, manteles
manchados, vasos con hielos diluidos
copas de cava rotas, mondas de frutas,
dulces agriándose, el añil silencio.
Lo que hace nada era presente, es ahora pasado.
A lo lejos la luz gris del alba, contemplo
este mudo espectáculo de apoteósicos despojos
como un soldado herido mira el campo de batalla
después de la victoria. Silencio.
Algún sollozo lejano. El canto de un gallo.
Vivir es tan solo sentir pasar la vida.
Celebremos lo que hemos vivido y lo que vivimos.
Más vale celebrar el gozo, siempre fugaz
que llorar los placeres, ay, perdidos.
Todo es efímero, todo: delirios y dolores.
No hay nadie. Tan solo la noche alejándose
y yo, mudo, haciendo el último brindis, solo.