sábado, 8 de marzo de 2025

UNA MUJER Y UN HOMBRE EN LA ALTA NOCHE, de MARÍA BENEYTO



1

Flota y cae, desencantada, la alta noche por la habitación.

(La cocina pacifica cuchillos siempre en guerra).

Heridos de mancha humana, sábanas húmedas. Desorden.

La ventana zarandea viento del frío. Lejanísimo,

el viejo amigo noctámbulo del alcohol canta insomnios

en la suave locura de una calle de campanas.

 

La mujer reanudó, despeinada y floja,

la pobre historia activa, cercana, de las horas,

la aspereza, el vacío del sexo satisfecho, en la arboleda

de un día, de una fecha cualquiera, de un cadáver

de tiempo, que debe enterrarse en penumbra tibia.

(La mujer allá, en la torre nocturna del silencio.)

 

Del goteo del agua, el reloj se apropia.

El libro cae de brazos que ensayan muertes inciertas.

La soledad, que es libre, besa el cuerpo que retorna

al no ser, y la mujer adormilada ya cierra

a cal y canto la puerta medianera que llega

en la oscura ceguera de los ojos por el mundo del sueño.

 

Los gatos, cubiertos de uñas que arañan la oscuridad,

desde el amor salvaje que les duele y les aísla

ponen la noche a vivir en torno a la casa.

Los fantasmas eróticos de las sábanas se acuerdan de aquello.

Y la flor solitaria que está en el vaso cae en pétalos

hasta la sombra enfermiza encerrada en sí misma.

 

2

El hombre se va por la noche. Afuera miran,

alrededor de la casa, gatos sonámbulos.

El hijo muerto, el marchito en las sábanas, pasa

al olvido de lo turbio, secundario.

Los escalones de la escalera le despiden

y en el patio cerrado ha cerrado la sombra.

 

En la calle el hombre encuentra noche húmeda.

Unos individuos malcarados lo descubren:

Ven el miedo de lejos, le hacen risas

sintiéndose prepotentes, y con voces rasposas

rebosantes de mal vino, ásperos, se pierden.

Viene una hoja flotando, rezagada.

 

Cruzando la acera, una rata

pululante, es una cloaca gris

y carne sucia de pánico. Silba el hombre

"Casablanca" en el recuerdo de Ingrid Bergman

bajo la nube que hace ruegos a la lluvia.

Y los de los contenedores ya son penumbra.

 

En medio de la calle rechazando la sombra

invita la niña drogadicta

a paraísos deslumbrantes de sexo;

cinismo enfermizo, perversión tierna

y desnudez aterida, se ofrece

con la voz de un pájaro que está ahogándose.

 

Aparece un olor a jazmín y hierbabuena

de lugares secretísimos, invisibles,

donde se esconde el misterio. El hombre llega

a aquel lugar donde la vida pone la oreja

para sentir el mundo de común áspero.

Y la alta noche ensaya el suicidio.


(De Després de soterrada la tendresa, 1993)





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