La palabra no es el ser, pero es. El río no habla, pero tiene voz. El mar no es agua, pero nos limpia. El discurso no es la imagen del cisne en el espejo, es el espejo, la niebla, el grito que se sofoca entre los cañaverales, chapoteo de auxilio, una mano, un cuerpo que deviene barca, ágape de lombrices, los ojos que nos miran detrás de los cortinajes de la hojarasca. Es el espacio del truhan, caja de dios.
Te has ido a la ciudad de las atalayas, la de los toldos en los pórticos, la que no conoce el mar, ni los barcos, ni los malecones.
Te has ido y has dejado la ciudad vacía de corsarios.
¿Habéis sentido la voz de las simas? ¿La voz de los tilos?
Ah, sois vosotros, no ellos los que hablan; la noche no habla, ni los barrancos, ni las aves, ni siquiera habla la palabra.
Ya lo dice el libro sagrado: ¿Por qué preguntas por mi nombre si es secreto? Los hombres azules del desierto no conocen el nombre de Alá porque es secreto. Nadie conoce su propio nombre.
(De La paüra dels crancs, de Joan Navarro, 1986)