Tú preguntas y yo no sé,
no sé tampoco lo que es el mar.
Quizá es una lágrima caída de mis ojos
al releer una carta, cuando es de noche.
Tus dientes, tal vez tus dientes,
menudos, blancos dientes, sean el mar,
un mar pequeño y frágil,
afable, diáfano,
pero sin música.
Es evidente que mi madre me llama
cuando una ola y otra ola y otra
abate su cuerpo contra mi cuerpo.
Entonces el mar es caricia,
luz mojada donde despierta
mi nuevo corazón.
A veces el mar es una figura blanca
reluciendo entre peñascos.
No sé si mira el agua
o busca
un beso entre conchas transparentes.
No, el mar no es nardo ni azucena.
Es un adolescente muerto
de labios abiertos a los labios de espuma.
Es sangre,
sangre donde la luz se esconde
para amar otra luz sobre las arenas.
Un pedazo de luna insiste,
insiste y sube lenta arrastrando la noche.
Los cabellos de mi madre se desprenden,
se dispersan en el agua,
alisados por una brisa
que exactamente nace en mi corazón.
El mar vuelve a ser pequeño y mío,
anémona perfecta, abriéndose en mis dedos.
También yo no sé lo que es el mar.
Aguardo la madrugada, impaciente,
los pies descalzos en la arena.
(De As palavras interditas, 1951)