Vivimos en la historia, es decir,
grandes nieblas, océanos informes,
en otra parte la vida,
los datos amorfos, vivos, las calles,
el lenguaje, la transformación,
el amor, las ruinas, es decir,
a una parte, la mano gigante del concepto,
Dios, los asesinatos, la gloria,
la razón como un proyector de espejos,
espejismos, el número uno, la esfera;
de la otra las vocales, la lengua, las encías,
los sexos desmenuzados, los rompecabezas;
y en medio, como una esponja, esta tabula rasa, la suspensión,
la inocencia recobrada, la lengua balbuciente,
un modo de resurrección:
arrancarnos los ojos
y recuperar la mirada
limpia, clara, anastigmática, honda,
dejar emerger los objetos, el olor,
las formas relativas, el ángulo, el instante,
y preparar el oído, la piel, las excrecencias,
todas las cavidades, los receptores,
eso brota, eso aúlla, eso emerge,
su revés es mudo, o lo parece ahora,
eso reverbera, eso tiembla,
gime, sangra, canta, reminiscente
de nuevo, retráctil, al mismo tiempo se desliza y es papel
de vidrio, gas,
castillos hipotecados, fértiles pezones, nada.
Descubrir la lluvia, la l, la u, la v,
cada uno de sus sonidos, como gotas diversas,
de diferente grosor, su parecido
con un modo de goteo, LL, como
estaLLido, VIA como el viento sobre un charco,
el aguacero áspero, el derramarse del cielo
suave, la escarcha, y sus hermanas,
pluie, piogga, puede ser llorar, piangere,
turbarse, sorprendidos, bañados de rocío,
resbalar sobre la piedra húmeda,
renacer de un mar de fuego y de lejía de ceniza,
el estupor de nuevo, el estupor.
(De Postals de cendres, 2008)