Hablo, amigos, de un nuevo poema,
un cántico lleno de voces, de mil heridas,
porque los versos, amigos, son igual que espinas
que se clavan en la sangre sin aviso.
Un poema que narre la alegría
—si es posible—
de un corazón herido de amor y esperanzas,
de una alma agradecida
después de un encuentro entre hermanos.
¿A quién lo haré, a quién lo dedicaré?
(Sigo hablando del nuevo poema).
¿Puede que a las estrellas poderosas
que iluminan el numen de poetas,
a la tierra que cierra, frondosa
y fecunda, las cenizas de mi hastío,
al aire que me rodea, a la noche azul
que se esparce fusionándose cada día,
al trigo o maná de las palabras,
al rumor que escucho cuando se apagan
los redobles vibrantes de las cigarras,
al agua, al fuego, al viento, al árbol, al hombre?
¿A quién lo haré, a quién lo dedicaré?
Quisiera dirigirlo a todos. A los que me escuchan
cara a la eternidad, a los que no vienen,
a quien ya habrá leído mis poemas,
a quien querrá el libro para leerlo,
a quien nunca abrirá sus páginas…
(Tengo para mí que todos se unirán algún día
y dirán: ¿quién era aquel que, sin saber
si lo miraban o no, amaba a todos?).
Quiero dirigirlo a todos, porque los silencios
esperan al borde de la vida
que un día la voz de un hermano nuestro
alce los lienzos de la aurora
y despeje las mentes de toda niebla.
¿A quién lo haré, a quién lo dedicaré?
Creo que estoy abocado a maravillas,
a gritos del agua, o a guitarras desnudas
como mujeres que se escabullen cerca de los codos,
entre voces de esperanzas y cantos de fiesta.
¿Estoy —era— o estaba? Inútiles crucigramas
me asaltan, penetrantes, al oído
y, en la esquina del verbo, cerca de la pena
pretenden ser una migraña.
Creo que estoy abocado…
¿Estoy o estaba?
Porque esto, amigos, no está muy claro.
¿Cómo lo haré, a quién lo dedicaré?
¿Cómo lo haré? Ya lo sé. Diré las cosas
como las contaban cuando iba a la escuela,
sencilla y llanamente:
«Señor
maestro,
apunte en su libro de 'diario'
que aquel niño que iba por la plaza
cree que ya ha llegado al punto».
Al punto y a la hora.
Aquellos que me conocen lo comprenden.
Los que no me conocen…, ya me conocen.
¿A quién lo dedicaré?
Creo
que las cosas
sujetas a la pura trascendencia
han de hacerse o dejarlas.
Y en la hora y en el punto en que ahora me encuentro
solo cabe una humilde dedicatoria:
«A mi pueblo, que ha hecho que, entre silencios,
vuelva mi nombre al mañana perdurable».
(De Els (retrobats) poemes del 71, 1991)