Mar
dócil a las riendas, mar sumisa en silencio,
Mar
dispersa, con olas para siempre encadenadas,
Masa al cielo ofrecida, espejo de obediencia.
Para
tejer cada noche pliegues nuevos,
Los
astros a lo lejos, sin esfuerzo, tienen poder.
Hasta
que la mañana llega a colmar todo el espacio,
Y acoge
y devuelve el don de la claridad.
Un
ligero fulgor se posa en su superficie.
Se
esparce en la espera y sin deseo,
Bajo
el día que crece, centellea y desaparece.
Los
reflejos de la tarde harán lucir súbita
El
ala suspendida entre el cielo y el agua.
Las
olas oscilantes y fijas a lo liso,
Donde cada gota, sucesivamente, sube y desciende,
Y permanecen
abajo por ley soberana.
La
balanza con brazos secretos de agua transparente
Se
pesa a ella misma, y la espuma, y el hierro,
Justa, sin testigo, para cada barco errante.
En
el nave un hilo azul traza un vínculo,
Sin
ningún error en la línea aparente.
Inmensa
mar, a los mortales desdichados sé propicia,
Apretados
junto a ti, perdidos en tu desierto.
A
quien va a naufragar háblale antes de que perezca.
Entra
hasta su alma, oh mar, hermana nuestra;
Dígnate
en lavarla en tus aguas de justicia.
Marsella, 1941-1942
(De Poemès, Gallimard, 1968)