Una sonrisa no arraiga en un desierto amargo.
Abandonad las horas alejadas
o la mirada vagabunda
bajo la ceniza leve de los amores que murieron
como una boca que sangrara a otra boca.
Hacia un cielo inocente,
junto a las manos nocturnamente hermanas,
el alba crece y sostiene los rubíes de la sangre,
no la triste, sorda esperanza.
Dejad, entonces, a las sombras su compañía,
su oscura medida,
y hospedad el recuerdo en una lágrima.
(De Sota la sang, 1947)
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