Y saboreando el tibio recuerdo de sus abrazos,
como viuda parecía decirle: ̶ ¡Oh, Atlántida, ¿dónde estás?
Ayer tarde me adormecí en tus brazos, como solía,
y hoy los míos, fríos de estremecimiento, no te encuentran.
¿Dónde estás? ̶ ¡Ay! allá donde la hermosa seducía los corazones
el mar respondía: anoche la tragué;
¡aléjate! Deseo yacer sobre las tierras por siempre.
¡Ay de ellas! ¡Ay, si me alzo para ensanchar mi lecho! ̶
El Todopoderoso abalanzó su pesada mano
y el mar engulló el cadáver de un trago,
quedando solo el Teide, dedo de su férrea mano,
que parece decir a los hombres: ̶ ¡Aquí fue la Atlántida!
(De L'Atlàntida, 1877)
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