Oh joven, el más apacible de los dioses, ¿por qué crimen
o por qué error, pobre de mí, merecí verme solo yo desposeído
de tus dones, Sueño? Enmudece todo el ganado y los pájaros y las fieras,
y simulan relajados sueños las cumbres arqueadas,
y no es el mismo el sonido en los indómitos ríos; sucumbe el horror
del mar y los océanos reposan reclinados sobre las tierras.
Ya es la séptima noche que Febo, al regresar, ve consumidas
mis pupilas; muchas veces las estrellas de Eta y de Pafos las contemplan
y otras tantas Titonia pasa por alto mis lamentos
y, apiadada, las humedece con su látigo helado.
¿De dónde sacaré el valor? Ni aun teniendo los mil ojos
que el sagrado Argos mantenía fijos alternadamente
y nunca vigilaba con todo el cuerpo.
Pero ahora, ¡ay!, si alguien, bajo la larga noche, de la muchacha,
por tener entrelazados sus brazos, Sueño, te rechaza,
ven desde allá, y no te pido que extiendas todas tus alas
sobre mis ojos –ruegue eso una muchedumbre
más deleitosa. Tócame solo con la punta de tu varita,
es suficiente, o de puntillas pasa, levemente .
(De Silvae, Liber V, IV)
No hay comentarios:
Publicar un comentario