Amo la huerta raquítica
abatida por la fábrica
y me agrada envolver mi vida
de este paisaje indiferente
Y me place el instante alborotado:
gente de merienda y ensalada.
Una doncella despechugada
y una canción que hace llorar.
Y el hombre humilde que enseña al aire
una frente valiente y un ojo esclavo,
y va con gorra y alpargata,
su talegilla y el vestido azul.
Aquí veo que se abre el mundo
frío y terrible como la muerte.
¡Y es tan mezquina y es tan pobre
la campanilla de mi corazón!
Huyo la retahíla de los aduladores
y en mi rostro ya no hay duda
y puedo verme el alma desnuda
sin ningún asomo de recelo.
Amo la huerta desolada;
el durazno amodorrado que se muere,
y el arenque plateado,
porrón de sangre, tomate de oro.
¡Yo sigo vuestra manía,
hombres extraños de buena dentadura,
que volveréis a la miseria
un poco más contentos!
Duren los males, duren las penas,
lágrima, rosa, perla y beso.
Dure este corazón y estas venas,
dure este ojo que nada ve.
¡Encendido vestido que desgarra el gozo,
danza por mí! Hombre leal,
ven, fuma nuestra pipa
sobre la hierba virginal.
Declaremos las vivas maravillas
de tu trabajo, de tu tormento.
Bajo el concierto de las estrellas,
fumemos con tranquilidad.
(De Cançons d'abril i de novembre, 1918)
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