Árbol, árbol. Un día seré árbol.
Con la maternal complicidad del verano.
Que palomas torcaces
anuncian.
Un día abandonaré las manos
a la arcilla aún caliente del silencio,
subiré por
el cielo,
a los árboles se le consienten tales
cosas.
Habitaré entonces la mirada desnuda,
cansado del
cuerpo,
ese desierto
repetido en las aguas,
mientras la niebla está sobre las hojas
que deja las
manos mojadas.
Y la luz
(De Branco no branco, 1984)
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