Amo este
pueblo, donde entre naranjos,
sin verse,
dos jóvenes se dicen sus amores
con dos
mandolinas infinitamente quejumbrosas.
Y amo esta
posada, en cuyo patio las doncellas
cantan en la
ternura de la tarde esta dulce
de la “Paloma”.
Escuchad a la paloma que golpea sus alas…
Anhelo de mi
propio pueblo, tan lejano; nostalgia
de las
antípodas, de la gran avenida de volcanes inmensos;
¡oh lágrimas
que surgís, lavad todos mis pecados!
Soy la
paloma herida, soy los naranjos,
y soy este
instante que pasa y soy la tarde africana;
mi alma y
las voces unidas de las mandolinas.
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