Siempre me fue querida esta yerma colina,
Y este seto, que gran parte
Del último horizonte excluye a la mirada.
Pero sentado y mirando, interminables
Espacios más allá de ella, y sobrehumanos
Silencios, y una hondísima quietud
En el pensamiento me imagino; y por poco
El corazón no se estremece. Y como el viento
Oigo murmurar entre estas plantas, y aquel
Silencio infinito a esta voz
Voy comparando: y a mí torna lo eterno,
Y las estaciones muertas, y la presente
Y viva, y su sonido. Así, entre esta
Inmensidad, se anega mi pensamiento:
Y qué dulce me es naufragar en este mar.
(De Canti, 1835)