¿Nunca más volveré a tocar tu orilla sagrada
donde mi cuerpo infantil descansaba,
mi Zacinto, reflejándote en las ondas
del mar griego, en donde nació virgen
Venus, e hizo fecundas las islas
con su primera sonrisa, para que no acallara
tus nubes limpias y tus arboledas
el ínclito verso de Homero, quien cantó
la fatal travesía y el exilio
de aquel que adornado por la fama y la aventura
besó su rocosa Ítaca, Ulises?
Tú no tendrás otro canto que el del hijo,
oh tierra mía materna; nos impuso
el hado una sepultura sin lágrimas.
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