Dulce tristeza, ya te encontró,
a los pocos años, el pálido niño
que mordisqueaba su merienda, recostado
sobre el estudio tedioso del griego…
Más tarde te recibió en su camino
sentimental, el adolescente ciego
de deseo, que atisbaba el eco
de una voz, de un paso femenino.
Hoy ya la tristeza se diluye
para siempre en esta carcomida alma
donde persiste una acrísima sonrisa.
una sonrisa que me tuerce sin tregua
la boca… ¡Ah! ¡En verdad no encuentro
cosa más triste que dejar de estar triste!
(De I colloqui, 1911)
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