SEGUNDA ELEGÍA
¡Sunion! Te evocaré de lejos con un grito de alegría,
tú y tu sol leal, rey de la mar y el viento:
por tu recuerdo, que me alza, feliz de exaltada sal,
con tu mármol rotundo, noble y antiguo yo, como él.
¡Templo mutilado, desdeñoso de aquellas columnas
que en el fondo de tu caída, bajo la ola gozosa,
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altitud,
por el marinero, que por ti dirige bien su rumbo;
por el briago de tu nombre, que a través del soto
te busca, intenso como la certeza de los dioses;
por el exiliado que entre las lóbregas arboledas te atisba
súbitamente, ¡oh preciso, oh fantasmal! y conoce
por tu fuerza la fuerza que le salva de los golpes del destino,
fértil de lo que dio, y en su ruina tan puro.
(De Elegies de Bierville, 1943)