Nunca se acaba de morir la añoranza:
hay cosas tuyas que mi cuerpo
no sabrá abandonar nunca, y me es igual
si siento cómo forcejean, tibias, las horas
felices de una mañana de mayo para decirme
justamente que no lo eran. Es entonces
cuando se me hacen crueles los atributos
de los años que pasaron después. Pero los sentidos
no pueden olvidar aquellos días
de colores claros, y el deseo satisfecho
sabe negar la voz del tiempo: la añoranza
fue el único adiós que no te dije.
(De Marees del desig, 1983)
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