Ahora descansarás por siempre,
cansado corazón mío. Murió el último engaño,
que eterno yo creí. Murió. Bien siento
que en nosotros los queridos engaños,
no solo la esperanza sino el deseo, desaparecen.
Descansa por siempre. Bastante
has palpitado. Nada valen
tus anhelos, ni es de suspiros digna
la tierra. Amarga y tediosa
la vida, nada más; y fango es el mundo.
Ahora calla. Desespera
por última vez. A nosotros el destino
no nos donó más que el morir. Ahora desprecia
tú mismo, la naturaleza, el salvaje
poder que, oculto, gobierna nuestro común daño,
y la vanidad infinita de todo.
(De "Canti fiorentini", Canti, 1835)
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