Aún eres aquel de la piedra y la honda.
hombre de mi tiempo. Estabas en la cabina,
con las alas malignas, la quietud de la muerte
-te he visto- dentro del carro de fuego, en los patíbulos,
en las ruedas de tortura. Te he visto: eras tú,
con tu ciencia exacta dispuesta al exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has asesinado otra vez,
como siempre, como mataron los padres, como mataron
los animales que te vieron por vez primera.
Y esta sangre huele como aquel día
cuando el hermano dijo al otro hermano:
“Vamos al campo”. Y aquel eco frío, obstinado,
llegó hasta ti, en tu día.
Abandonad, oh hijos, las nubes de sangre
que brotan de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en las cenizas,
los negros pájaros, el viento, oscurecen su corazón.
(De Giorno dopo giorno, 1947)
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