Lenta cae la nieve del cielo ceniciento: gritos,
sonidos de la vida ya no se oyen en la ciudad,
ni el grito de la verdulera o el rumor corriente del carro,
ni de amor la canción alegre y juvenil.
De la torre de la plaza por el aire, las horas roncas
gimen, como suspiros de un mundo lejano del día.
Pican los cristales empañados pájaros extraviados: los amigos,
espíritus retornados que me esperan y llaman.
Pronto, queridos, pronto –cálmate, corazón indómito–,
bajaré al silencio, en la sombra reposaré.
29 de enero de 1881.
(De Nuove Odi Barbare, 1882)
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