Todas las islas son una misma isla,
este cuerpo que la mar limita. Custodian
los peces sus márgenes cada mañana sosegada,
cuando los dedos de la luz enraman por la arena
un arco iris de sal, restos del viento de los locos.
He osado volver allí, como vuelve nocturno
el asesino, ávido del rayo de la negrura,
como el animal herido que quiere sanar con sal
y sol la herida oculta. No se habita la isla
fácilmente, que la vida choca contra el muro
del mar cada minuto, en un milenio de anhelo.
Y soy la salamandra que ha atravesado el fuego
ilesa: si con la piel surcada de memorias,
también con el jugo inédito de una tierra que adoban
tres muertos blanqueados. Agosto –higos y mosto-
madura ávaro de azúcar por senderos y pámpanos.
Rincón de Ciutadella, allí se consuma el ocaso
y se hunde la llama del tesoro en la inmensa
copa de gin helado, mientras el amor o un viento
constela de figuras el nuevo caleidoscopio.
(De Mercat de la sal, 1993)
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