domingo, 7 de mayo de 2023

DEL CANTO V DE «OS LUSIADAS» , de LUÍS DE CAMÕES

 



 

                              III

Ya la vista, poco a poco, se destierra

de aquellos montes patrios, que quedaban;

quedaba el amado Tajo y la fresca sierra

de Sintra, y en ella los ojos se alargaban.

Quedaba también en la amada tierra

el corazón, que las penas allá dejaban.

Y, ya después que toda se escondió,

no vimos más, en fin, que cielo y mar.

 

                              IV

Así fuimos abriendo aquellos mares,

que ninguna generación abrió,

las nuevas islas viendo y nuevos aires

que el generoso Enrique descubrió;

de Mauritania los montes y lugares,

tierra que Anteo en un tiempo poseyó,

dejando a mano izquierda, que a derecha

no hay certeza de otra, sino sospecha.

 

                              VII

Pasamos el límite adonde llega

el Sol, que hacia el Norte los carros guía;

donde yacen los pueblos a quien niega

el hijo de Clímene el color del día.

Aquí gentes extrañas lava y riega

del negro Sanagá la corriente fría,

donde el Cabo Arsinario el nombre pierde,

llamándose por los nuestros Cabo Verde.

 

                              XVI

Te contaré largamente las peligrosas

cosas del mar, que los hombres no entienden,

súbitas tormentas temerosas,

relámpagos que los aires en fuego encienden,

negros chubascos, noches tenebrosas,

bramidos de truenos, que el mundo hienden,

no menos es trabajo que gran yerro,

aunque tuviese la voz de hierro.

 

                              XXIII

Si los antiguos Filósofos, que andaran

tantas tierras, por ver el secreto de ellas,

las maravillas que yo pasé, pasaran,

a tan diversos vientos dando velas,

¡qué grandes escrituras que dejaran!

¡Qué influencia de signos y de estrellas,

qué extrañezas, qué grandes cualidades!

Y todo, sin mentir, puras verdades.

 

                              XXIV

Mas ya la luna, que el cielo primero

habita, cinco veces apresada,

ahora medio rostro, ahora entero,

muestra, según el mar surca la armada,

cuando de la etérea gavia un marinero,

atento con la vista: «Tierra, tierra», grita.

Salta a bordo alborozada la gente,

con los ojos en el Horizonte del Oriente.

 

                              XXV

A manera de nubes se comienzan

a descubrir los montes que avistamos;

las anclas pesadas se aderezan;

las velas, ya llegados, amainamos.

Y, para que más ciertas se conozcan

las partes tan remotas donde estamos,

por el nuevo instrumento del astrolabio,

invención de sutil juicio y sabio.




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