De lo húmedo de la noche que se estanca en vapor sobre el golfo, Rapallo emerge al alba, lustroso archipiélago de tejados.
Se deshacen bajo las lluvias de mayo los últimos festones de glicinas. Se respira en el aire, agrio, el olor a heno fresco.
Los olivares trepan los cerros semejantes a rebaños que serán trasquilados. Por la noche, la campiña terrosa y cálida estalla en luciérnagas.
( De Trucioli, Firenze, 1920)