Nuestra breve jornada pronto habrá terminado: los últimos
años se abren ante nosotros como estas calles;
y el colegio siempre está allí, y esta plaza
cuadriculada, y la vieja iglesia donde vimos
entrar a Verlaine ya muerto. En verdad, a pesar del mar
y de tantos caminos, nunca hemos salido
de aquí, y toda nuestra vida no habrá sido
sino un pequeño viaje en círculo y en zigzag por París.
E incluso después, nos quedaremos aquí,
invisibles, olvidados, pero habitando siempre
la ciudad de la infancia y del primer amor,
con el asombro de los doce años y del encuentro,
que nos hace murmurar entre la multitud:
“Porque sabes que siempre te he querido”
y un paseante, que nos ha escuchado, se dará la vuelta.
(De Éventail, 1922)