Ya todo ahora duerme
en la noche
sembrada de ensueños
y de estrellas.
Nada hay en ti,
corazón mío, que luche.
Húndete en la paz
que tanto anhelas.
Tinieblas de la
noche, centellear de la altura
que recorre
acechante mi espíritu;
ritmos eternos de
pura sabiduría
que flotáis en el
seno del infinito;
sueños sin forma en
la oscuridad presos,
desasosiego sin fin,
dolor sin calma,
locos pájaros del
ideal, encendidos,
que alumbráis de luz
y fuego el alma;
idos y dejadme
quedar solo
en este mundo de
gestos desvaídos,
quiero adormecerme
en el supremo arrullo
de llegar a sentir sin los sentidos.
(De Romances galegos, 1928)
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