III
Ya la vista, poco a poco, se destierra
de aquellos montes patrios, que quedaban;
quedaba el amado Tajo y la fresca sierra
de Sintra, y en ella los ojos se alargaban.
Quedaba también en la amada tierra
el corazón, que las penas allá dejaban.
Y, ya después que toda se escondió,
no vimos más, en fin, que cielo y mar.
IV
Así fuimos abriendo aquellos mares,
que ninguna generación abrió,
las nuevas islas viendo y nuevos aires
que el generoso Enrique descubrió;
de Mauritania los montes y lugares,
tierra que Anteo en un tiempo poseyó,
dejando a mano izquierda, que a derecha
no hay certeza de otra, sino sospecha.
VII
Pasamos el límite adonde llega
el Sol, que hacia el Norte los carros guía;
donde yacen los pueblos a quien niega
el hijo de Clímene el color del día.
Aquí gentes extrañas lava y riega
del negro Sanagá la corriente fría,
donde el Cabo Arsinario el nombre pierde,
llamándose por los nuestros Cabo Verde.
XVI
Te contaré largamente las peligrosas
cosas del mar, que los hombres no entienden,
súbitas tormentas temerosas,
relámpagos que los aires en fuego encienden,
negros chubascos, noches tenebrosas,
bramidos de truenos, que el mundo hienden,
no menos es trabajo que gran yerro,
aunque tuviese la voz de hierro.
XXIII
Si los antiguos Filósofos, que andaran
tantas tierras, por ver el secreto de ellas,
las maravillas que yo pasé, pasaran,
a tan diversos vientos dando velas,
¡qué grandes escrituras que dejaran!
¡Qué influencia de signos y de estrellas,
qué extrañezas, qué grandes cualidades!
Y todo, sin mentir, puras verdades.
XXIV
Mas ya la luna, que el cielo primero
habita, cinco veces apresada,
ahora medio rostro, ahora entero,
muestra, según el mar surca la armada,
cuando de la etérea gavia un marinero,
atento con la vista: «Tierra, tierra», grita.
Salta a bordo alborozada la gente,
con los ojos en el Horizonte del Oriente.
XXV
A manera de nubes se comienzan
a descubrir los montes que avistamos;
las anclas pesadas se aderezan;
las velas, ya llegados, amainamos.
Y, para que más ciertas se conozcan
las partes tan remotas donde estamos,
por el nuevo instrumento del astrolabio,
invención de sutil juicio y sabio.