1
Flota y cae, desencantada, la alta noche por la habitación.
(La cocina pacifica cuchillos siempre en guerra).
Heridos de mancha humana, sábanas húmedas. Desorden.
La ventana zarandea viento del frío. Lejanísimo,
el viejo amigo noctámbulo del alcohol canta insomnios
en la suave locura de una calle de campanas.
La mujer reanudó, despeinada y floja,
la pobre historia activa, cercana, de las horas,
la aspereza, el vacío del sexo satisfecho, en la arboleda
de un día, de una fecha cualquiera, de un cadáver
de tiempo, que debe enterrarse en penumbra tibia.
(La mujer allá, en la torre nocturna del silencio.)
Del goteo del agua, el reloj se apropia.
El libro cae de brazos que ensayan muertes inciertas.
La soledad, que es libre, besa el cuerpo que retorna
al no ser, y la mujer adormilada ya cierra
a cal y canto la puerta medianera que llega
en la oscura ceguera de los ojos por el mundo del sueño.
Los gatos, cubiertos de uñas que arañan la oscuridad,
desde el amor salvaje que les duele y les aísla
ponen la noche a vivir en torno a la casa.
Los fantasmas eróticos de las sábanas se acuerdan de aquello.
Y la flor solitaria que está en el vaso cae en pétalos
hasta la sombra enfermiza encerrada en sí misma.
2
El hombre se va por la noche. Afuera miran,
alrededor de la casa, gatos sonámbulos.
El hijo muerto, el marchito en las sábanas, pasa
al olvido de lo turbio, secundario.
Los escalones de la escalera le despiden
y en el patio cerrado ha cerrado la sombra.
En la calle el hombre encuentra noche húmeda.
Unos individuos malcarados lo descubren:
Ven el miedo de lejos, le hacen risas
sintiéndose prepotentes, y con voces rasposas
rebosantes de mal vino, ásperos, se pierden.
Viene una hoja flotando, rezagada.
Cruzando la acera, una rata
pululante, es una cloaca gris
y carne sucia de pánico. Silba el hombre
"Casablanca" en el recuerdo de Ingrid Bergman
bajo la nube que hace ruegos a la lluvia.
Y los de los contenedores ya son penumbra.
En medio de la calle rechazando la sombra
invita la niña drogadicta
a paraísos deslumbrantes de sexo;
cinismo enfermizo, perversión tierna
y desnudez aterida, se ofrece
con la voz de un pájaro que está ahogándose.
Aparece un olor a jazmín y hierbabuena
de lugares secretísimos, invisibles,
donde se esconde el misterio. El hombre llega
a aquel lugar donde la vida pone la oreja
para sentir el mundo de común áspero.
Y la alta noche ensaya el suicidio.